Bueno, más que curioso, podríamos considerar que el caso de Todd Mcfarlane es llamativo dentro de una industria como la nuestra, en la que sobre todo los fans tendemos a relacionarlo todo con el arte y solemos prestarle poca atención al lado del business por norma general.
Haciendo un poco de historia, podemos contar como McFarlane despuntó por su personal estilo a finales de los 80 en algunos números de Batman y como ya a finales de esa década y principios de la siguiente, se convirtió en todo un fan favourite gracias a su trabajo con Spiderman, serie en la que se ganó el título de superestrella del medio.
Al poco tiempo y en compañía de otras figuras de su mismo estatus como Jim Lee o Rob Liefeld, decidió revolucionar el mundo editorial norteamericano creando Image Comics, una editorial nacida con la elogiable intención de que los autores fuesen en todo momento los dueños del destino de sus creaciones (algo que a las majors aún se les atraganta a día de hoy) y en la que nuestro protagonista desarrolló a su personaje más reconocido (con permiso de Venom, al que creó junto al guionista David Michelinie) en una serie que se sigue publicando a día de hoy como es Spawn.
A estas alturas ya estaba claro que Todd no le tenía miedo al vacío y que sabía donde estaba la veta del oro de esta mina, y en 1994 crea McFarlane Toys, una empresa con unas intenciones también revolucionarias para la época, ya que desde sus inicios tuvo claro que pretendía fabricar figuras con un alto nivel de detalle para coleccionistas adultos (nada de juguetes) a unos precios más que asequibles.
Supo ver el filón que suponían los fans ya-no-tan-jóvenes y su poder adquisitivo, y comenzó sacando figuras de sus propios personajes, para después ir haciéndose con diferentes licencias hasta llegar a ser el referente que es a día de hoy.
Día en el que Todd está prácticamente retirado del mundillo del cómic y se dedica casi exclusivamente a sus negocios al frente de su compañía juguetera.
¿Y por qué nos resulta llamativo este caso en Cómics Barcelona?
Pues como aficionados ya talluditos, sabemos que la historia del noveno arte está trufada de autores geniales que no han sabido rentabilizar su talento (¡Ay los artistas!) y que incluso han pasado o pasan penurias cuando ya no son capaces de seguir con su producción, y McFarlane es un ejemplo de todo lo contrario.
Un tipo que, comenzando como tantos otros detrás de un tablero de dibujo, supo que podría explotar al máximo su arte para llegar a alcanzar el éxito empresarial.
Y es que es un lugar común pensar que el arte y los negocios tienen que estar reñidos, pero aquí tenemos el ejemplo de que no tiene por qué ser así.
¿Alguien ha dicho Dalí?
¡Por Eternia!